Hasta las frustraciones de Jesús nos sirven de enseñanza. Corazaín y Besada estaban al norte del Mar de Galilea, a un tiro de piedra de Cafarnaún. Por allí ha pasado el Señor anunciando la buena nueva y, topándose con una tozuda resistencia, lanza estos lamentos. Intuyo que compararles con las fenicias Tiro y Sidón fue lo que más les dolió, por aquello de los orgullos regionalistas que buscan siempre destacar y ser mejores que el país de al lado. Con la fama fenicia de buenos comerciantes y dos puertos de mar que les permitían nutrir el mediterráneo de productos orientales, seguro que había cierta rivalidad con unos pueblos al norte de un pequeño lago de agua dulce al que, para darle más apariencia, llamaron mar. Y encima, eran ciudades paganas, por mucha seda que exportaran.
De lo dicho en el libro de Baruc, podemos sobreabundar en la idea de que rechazar a Dios tiene consecuencias. Rechazar al Señor es rechazar la luz. Y quien apaga la luz, vive en tinieblas. Y esas tinieblas nos hacen tropezar y pegarnos golpes con lo que no vemos. Nos deja débiles. De la mano de los profetas, como en el caso de Baruc, los acontecimientos luctuosos serán interpretados como un castigo por vivir lejos de Dios, de sus mandatos y de sus profetas. Esta lectura, lejos de ver en Dios el origen mismo del mal, implica precisamente lo contrario: el mal consiste en alejarse de Dios.